
“Homesick” by Dani Choi.
Desde ese día, hasta hoy, mi vida no ha parado de navegar entre aguas turbulentas y calma paralizante. Soy muy feliz, y soy muy infeliz. Es tan difícil de explicar. Me casé con un hombre extraordinario con una familia por la que el 80 % de la población mundial mataría por tener, y gozo a manos llenas de las ventajas de vivir en una de las mejores ciudades para vivir de acuerdo con la carta de bienvenida que Susana Perez Quisiant, Alcaldesa de Pozuelo de Alarcón, envió a nuestra casa la semana pasada.
Dejé mi país el mismo día que mi madre cumplió setenta y dos años. Dejé a mis padres en la terminal 1 del Aeropuerto con mucho pesar en el corazón. Sobre todo, porque no pude despedirme correctamente de ellos, si es que existe una forma adecuada para decir adiós. Estuve a punto de no volar por una serie miserable de requisitos no cumplidos de último momento ante las autoridades migratorias de España, así que no me quedó otra más que sudar, correr y pagar -claro- ante los ojos tristísimos del señor que me dio la vida y que quizás únicamente necesitaba un abrazo más, y no se lo di.
El choque cultural al que mi hijo se está enfrentando no es cosa de niños. Hemos rodado como piedras del Río Balsas en nuestras correrías migratorias totalmente embarrados de frustración y nostalgia. Ah, cómo duele el lugar común, pero uno nunca sabe el amor que abandona hasta que lo deja de arropar su cobijo. Mi choque cultural favorito lo simboliza la policía española por razones asociadas al chinga tu madre, autoridad maldita. A diferencia de México, en donde los trámites migratorios son gestionados por balbuceantes funcionarios públicos asignados a la Secretaría de Relaciones Exteriores, acá, en la madre patria, los trámites de regularización y control migratorio (Extranjería) los realiza la Policía. Y pues yo sé que ustedes están acostumbrados al ministerio público, al torito y a la policía de caminos, pero la de la voz es virgen de delitos que atentan contra la seguridad ciudadana y las leyes de Dios. Aquí el H. cuerpo de la Policía Nacional únicamente otorga citas online (nunca dicen cuántas, nomás avisan) los viernes a partir de las 10 de la mañana, y pues ahí les encargo que estuve intentando obtener una cita dando click una y otra vez tantas veces, que me recordó la época dorada en la que llamé a la estación de radio para ganar unos boletos para la premier de The Others. Y el problema no es obtener la complicada cita para presentarles todos tus documentos, sino la prepotencia con la que atienden. Te miran con tal despliegue de hostilidad y desconfianza, que acabas pensando en si eres un criminal y no habías tenido la oportunidad de darte cuenta. Te interrogan de la misma manera que si te hubieran encontrado robándote infraganti unos Ruffles del Seven Eleven. O un Roadster Tesla 2022, da igual. Hemos acudido tres veces, y dos nos han regresado con un portazo en la cara. La única ganancia hasta el momento es que hemos podido obtener nuestro número de identificación fiscal (NIE), asignación que se proporciona a cualquier extranjero que pase por la prueba de no ser asesino serial o delincuente consumado ante los cuerpos policiales. En nuestra última e infructuosa visita a extranjería, Iñaki resopló con hartazgo: «Mamá, el policía nos trató como si estuviéramos muertos de sed en el desierto y en lugar de darnos agua, abriera una botella para lavarse los huevos frente a nosotros». Y les juro que el chico no exagera. Lo vimos disfrutar cada segundo de frustración el viaje en vano a casa de la auténtica chingada.
La ventaja de contar con NIE es que es la llave maestra para comenzar a hacer cualquier trámite de supervivencia. Sin NIE ni puedes abrir una cuenta bancaria, empadronarte, recibir un paquete, pagar o recibir un centavo. El gran dilema es demostrarle a la policía que tienes una buena razón para residir en el país de forma permanente. Nuestro caso fue relativamente sencillo, ya que tuve que llevar toda la documentación del registro civil, sellos, pago de impuestos y libro de familia que me acredita como esposa de ciudadano comunitario de la Unión Europea. Honestamente, ignoro el calvario que debe transitar un inmigrante que llega a esta tierra con el objetivo de no morir de hambre en la suya y obtener una razón poderosa para convencer a una caterva de policías cretinos. Y aunque se crea lo contrario, el NIE (temporal) es una hoja de papel bond con tu nombre, el número de identificación y sello de la policía de un solitario párrafo firmado por un oficial llamado a efectos literarios Venancio Cortés. Sé que me queda un largo camino en dirección a la obtención de la residencia definitiva, y aunque textos como este ayuden poco a mi causa, procuraré compartirles oportunamente mis crímenes y consecuentes castigos.
Hasta el momento, no hemos logrado conectar con el entorno y aunque a ustedes les parezca una tremenda estupidez, les pido ser piadosos y recuerden que Iñaki y yo provenimos del país del nuevo hermano del alma que agregamos en la agenda cada salida al bar de confianza y confieso que hemos enfermado de saudade a causa de echar de menos la calidez de los nuestros. En Hispania nos tratan bien, pero nos tratan mal. Nos sonríen con sonrisas de cartón y se retiran educadamente cuando dejamos caer tímidamente nuestro acento o un sinónimo que no usan nunca, que conocen bien, pero les vale madre entender la equivalencia. El rechazo más sutil me lo hizo saber sin palabras una profesora que me da clases de algo que a nadie importa. La primera vez que me oyó hablar mi miró como seguramente miran las señoras de las Lomas al personal de limpieza si se atrevieran a pedirles una cerveza del refrigerador, ya que van para la cocina. La recomendación general es: “no den importancia, ignórenlos”, y sí, hacerlo es fácil; pero aprender a coexistir en una cultura hostil por naturaleza, no por maldad, desgasta la alegría de a cuentagotas. Y quedan pocas opciones, excepto valorar las ventajas, seguir, resistir y extrañar.

“Homesick” by Dani Choi
Dejé a mi padre en el aeropuerto el mismo día que mi mamá cumplió 72 años, sin saber que ella sería hospitalizada cuatro veces hasta ahora y que mi papi sería diagnosticado con cáncer de piel dos meses después. Y estoy sola, con un chico que no sabe ya que hacer para que el mundo lo entienda y quiera un poquitillo más y con un inexplicable nudo en la garganta que solo se desata al llorar en silencio en interminables caminatas. Sola porque estoy huérfana de patria, porque me falta el señor Pepe, el que me abría la reja todas las mañanas después de regresar de nadar, y mi hijo mayor y sus amores: Sharon, Joji y Akira, sin Ramón, también el chico de la tienda que siempre me preguntaba cómo estaba el güero y que le mandaba un saludo, y con el vacío de los caldos de gallina que mi madre adoraba visitar los domingos. Transito el día a día sin Verónica, mi cómplice de lágrimas, chismes, tragos y tacos al pastor. Despierto con la ausencia de mi hermana, del pendejo de mi cuñado y mis amados sobrinos. Me faltan Tony, Vania, Teresa y Tequisquiapan. Pienso mucho en Miguel, nuestro pollito, y su María. En mi Gerry y su güera. Cuento los días que se acumulan sin Nora, Grace, Xiomara, Ana o el karaoke de Jorge. Y la soledad se agudiza cuando escribo, porque cada vez me cuesta más levantar estos dedos y usarlos para imaginar un mundo sin dolor.
Crónica publicada en Animal Polìtico el 18 de noviembre de 2022.