Lección del mal.

lesson-of-evil-3 (1)

El día de hoy les voy a contar la trágica historia de un adolescente que acuchilló a sus padres hasta la muerte sin sentir un ápice de culpa o remordimiento y que a la postre se convirtió en un sanguinario asesino serial. Esta historia llevada al cine de la mano de Takashi Miike (Audition) en el 2012 no está inspirada en hechos reales, pero sí en una novela autoría del laureado escritor japonés Yusuke Kishi. La cinta cuenta la historia de Hasumi Seiji (interpretado por el bellísimo actor Hideaki Ito), el profesor de inglés más querido por los estudiantes de cuarto grado de un prestigiado bachillerato. La admiración que le profesa el alumnado y el cuerpo docente no es de ninguna manera gratuito: es un hombre adorable y brillante que demuestra auténtica devoción por la docencia, y sobre todo, por procurar un ambiente de solidez, conocimiento y bienestar a los chicos de quién es tutor. Sin embargo, debajo de su irresistible encanto, se oculta una naturaleza diametralmente opuesta: Hasumi es un sociópata incapaz de sentir empatía por ningún ser vivo. Perpetró el crimen de sus padres en la adolescencia para con ello ganarse inclusión directa en el exclusivo club de los sociópatas. El más exquisito de sus talentos es hacer parecer suicidios o accidentes todos los asesinatos que comete.

La película se distingue por las referencias a la cultura y mitología germanas que envuelven en el sutil empaque de la metáfora, las pulsiones asesinas del atractivo profesor. La más importante, sin duda la representa el main theme, pieza clásica de “La Ópera de los tres centavos” (Die Dreigroschenoper) escrita por Bertlot Brecht en 1928: “Die Moritat Von Makie Messer” (mejor conocida en occidente como “Micke the knife” gracias a la interpretación de Ella Fitzgerald, Louis Amstrong, Frank Sinatra, Bobby Darín, Tony Bennett entre muchos más) que musicaliza todos los asesinatos del protagonista. Otra referencia brutal corre a cargo de dos cuervos-enemigos-imaginarios de Hasumi: Huginn y Munnin. En la mitología germana, dos cuervos llamados Huginn y Muninn vigilaban al mundo como espías de Odín. Sus nombres significan “pensamiento” y “memoria”. Su misión consistía en sobrevolar la tierra y llevar noticias a Odín, sobre el comportamiento de los hombres, criaturas infames. En la cinta, dos impertérritas aves negras custodian los movimientos de Hasumi y a través de sus ojos muertos podemos comprender que el único horror que gobierna a nuestro asesino serial favorito es ser observado por el rey de los Dioses.

Hace unos cuantos días, la fiscalía capitalina dio a conocer que el autor intelectual del asesinato del cineasta León Serment y de su ex mujer, la productora Adriana Rosique, fue orquestado por el hijo de ambos: Benjamín Serment Rosique. Después de leer innumerables fuentes periodísticas y policiales, los resolutivos del parricidio apuntan a que Benjamín ha padecido desde la infancia severos problemas psiquiátricos. Rodolfo Ríos Garza, procurador general de justicia de la Ciudad de México, afirmó que los estudios psiquiátricos realizados a Benjamín destacan que el perfil clínico denota un marcado “resentimiento parental infantil”.

Esta afirmación es dolorosa en amplios sentidos porque al margen de cualquier tipo de trauma infantil que el chico sufriera, nos cuesta encontrar el resquicio que avale a uno de los crímenes más duramente castigados por la mayoría de las leyes pertenecientes a sociedades civilizadas. El vínculo sanguíneo es considerado un agravante al momento de juzgar un crimen. Y en caso de culpabilidad, las penas son mayores, los atenuantes son tan puntuales como ínfimos (defensa propia en contexto de abuso, enfermedad mental grave o retardo mental, por ejemplo). “Es homicidio doloso que legitima la punibilidad agravada por la inadmisible privación de la vida humana y la fe y/o la seguridad fundadas en la confianza derivada de la relación entre ascendiente y descendiente”. Asesinar a tu madre, padre o hijo, se clasifica como una atrocidad inaceptable en cualquier estado de derecho que se respete.

Huele a sociopatía, Wilson

La Sociopatía es la madre de todos los trastornos mentales, porque puede ser el padecimiento más peligroso y aunque su trastorno parezca el de menor penetración psiquiátrica, es una auténtica patología. La razón es simple: un sociópata profesa desprecio por la sociedad en la que vive y las leyes o normas que la rige. Los crímenes –premeditados- los cometen ellos. La ausencia de sentimiento de culpa, empatía o remordimiento, pueden convertirlos en sujetos peligrosos en un grado severo. Son huérfanos de moralidad y del sentido más elemental de todo aquello que los seres humanos empáticos englobamos en el vocablo llamado justicia. Existen muchas teorías respecto a la causa raíz de este trastorno, desde el consumo desmedido de estupefacientes, secuelas biológicas o algún daño provocado en la porción cerebral que administra la toma de decisiones y que a fin de cuentas representa el semáforo moral del ser humano.

Todos hemos leído las suficientes referencias literarias como para conocer las motivaciones detrás de un parricida, cortesía de la pluma de Ambrose Bierce, William Shakespeare, Fiódor Dostoievsky, etc., sin embargo, cuando la sangre deserta de nuestras referencias literarias para cerrar el cerco y notas algunas gotas cercanísimas a tu círculo de protección, comienzas a sospechar si será verdad que “la patria un sociópata en cada hijo te dio”.

Lesson to the evil: first cut

La primera toma del film “Lesson to the evil” muestran un par de manos adolescentes colocando un disco en la tornamesa de la sala. “Micke the knife” en voz de Berlocht Brecht comienza a retumbar en las paredes de la estancia.

En la habitación principal del primer piso comienza a escucharse la siguiente conversación:

Papá: Siempre he pensado que la culpa la tiene el chico. Nunca ha sentido ninguna clase de empatía por los demás.

Pero jamás pensé que llegaría a algo así

Mamá: No lo creo, tiene que ser un error.

-El rostro del padre muestra devastación-

Mamá: ¿No hay pruebas, verdad?

Papá: Yo mismo lo vi salir a hurtadillas de casa aquella noche.

Mamá. ¡A lo mejor salió a dar una vuelta por ahí!

Papá: No solo lo hizo esa noche, también salió cuando murió el señor Kumagai

 

-Mientras el diálogo del matrimonio transcurre, se muestra a cuadro a un chico poniéndose zapatos deportivos y tomando una navaja-

 

Papá: No podemos dejar que esto siga así.

-La madre llora dolorosamente-

Mamá: Es solo que no entiende la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. Es culpa nuestra que no le hemos educado bien. ¡No le castigues!

Papá: Esto ya va más allá de cualquier castigo. Tenemos que internarlo en un psiquiátrico.

Mamá: ¡Eso es una crueldad! ¡Solo tiene 14 años!

 El chico avanza en silencio entre la penumbra del pasillo de la planta alta de su casa.

La madre interrumpe el llanto al escucharse el chirrido de la puerta de su habitación que comienza a ser abierta lentamente. Ella se levanta sorprendida. Su marido –aún de espaldas a la puerta- continúa sollozando.

La música se detiene abruptamente. La cámara escapa por la ventana para mostrar a un par de cuervos volando sobre un cielo turbio, de tintes violáceos. Los cuervos detienen su vuelo sobre los cables de luz y observan la escena. Después retoman su ascenso a las nubes con premura. Como si les urgiera entregar un mensaje. Como si de ello dependiera su vida.

Comienzan los créditos iniciales

¿Los padres tenemos la capacidad de encontrar la semilla del mal en nuestros hijos, quienes fuimos testigo de su primer vistazo a la luz matinal? ¿Nuestro amor de padres será capaz de no tomar las medidas correctas, de no buscar la ayuda adecuada para ellos, aunque parezca a todas luces la medida menos apropiada? Desconozco si existan respuestas adecuadas o mucho menos si las preguntas que formulo el día de hoy se consideren adecuadas o necesarias en momentos de profundo dolor colectivo.

El mayor de mis desconsuelo es reconocer que la locura está ahí, allá, al centro y a la periferia. Cada vez más cerca. Pocos pueden entender cuánto esto me aterroriza. La medicina afirma que será capaz de reconstruir la personalidad primigenia de una persona trastornada de sus facultades mentales. Algún día me gustaría leer que la ciencia ha sido capaz de curar las llagas viscosas con las que la locura castiga a la cordura.

Quizás entonces, podré reconocer a este mundo como un lugar menos hostil, oscuro y desolador.

*Texto publicado en Animal Político el 4 de octubre de 2016.

Leave a comment